domingo, 16 de junio de 2019

La verdad detrás de los vampiros


Las características de los vampiros modernos están bastante bien definidas. Tienen colmillos, beben sangre humana y no se reflejan en espejos. Podemos ahuyentarlos con ajo o matarlos atravesándoles el corazón con una estaca. Algunos son aristócratas que viven en castillos, como Drácula.
Pero los vampiros no surgieron con una definición tan clara. Los estudiosos opinan que la concepción moderna de estos monstruos de Noche de Brujas evolucionó de diversas creencias tradicionales establecidas en toda Europa. Dichas creencias partían del temor de que los muertos, una vez enterrados, podían seguir dañando a los vivos.
Esas leyendas comúnmente se debían a la falta de conocimiento sobre la descomposición del cuerpo. Sucede que, al contraerse la piel, los dientes y las uñas del cadáver parecen alargarse, y a la vez que los órganos internos se descomponen, un líquido de purga oscuro puede escapar por la nariz y la boca. La gente que no conoce este proceso interpretaría que ese líquido era sangre y supondría que el cadáver había estado bebiéndola de los vivos.
Mas los cadáveres sanguinolentos no eran lo único que causaba sospecha. Antes de entender cómo se diseminaban ciertas enfermedades, la gente imaginaba que los vampiros eran las fuerzas ocultas que devastaban lentamente sus comunidades. ?La única constante en la evolución de la leyenda de los vampiros ha sido su asociación estrecha con la enfermedad?, escribe Mark Collins Jenkins en su libro Vampire Forensics. De modo que matar a los vampiros, o evitar que se alimentaran, era como las personas creían tener algún control sobre las enfermedades.
LOS VAMPIROS DE EUROPA
Por esa razón, los pánicos de vampiros solían coincidir con los brotes de la plaga. En 2006, un equipo de arqueólogos desenterró en VeneciaItalia un cráneo del siglo XVI, el cual fue sepultado entre varias víctimas de la plaga? con un ladrillo en la boca. El ladrillo posiblemente fue una táctica para evitar que la strega (vocablo italiano que designa a vampiros y brujas) abandonara la tumba para alimentarse de las personas.
No todos los vampiros abandonaban sus tumbas. En el norte de Alemania, los Nachzehrer o desperdicios de la noche permanecían enterrados, royendo sus mortajas. Una vez más, esta creencia quizás se asociaba con el líquido de purga, el cual podía causar que la mortaja se aflojara o rasgara, creando la ilusión de que el cadáver estuvo masticándola.
Se pensaba que estos masticadores estáticos seguían causando problemas a los vivos, y también que su actividad aumentaba durante los brotes de plaga. En 1679, un teólogo protestante escribió el tratado Sobre los muertos masticadores, donde acusó a los Nachzehrer de dañar a sus familiares supervivientes mediante procesos ocultos. Propuso que, para detenerlos, había que exhumar los cuerpos y llenar sus bocas con tierra, y tal vez una piedra y una moneda, solo para asegurarse. Según el autor del tratado, el cadáver moriría de inanición si perdía la capacidad de masticar.
Durante los siglos XVII y XVIII, las historias de vampiros florecieron en las naciones del sur y oriente de Europa, para disgusto de algunos personajes poderosos. Hacia mediados del siglo XVIII, el papa Benedicto XIV declaró que los vampiros eran ficciones falaces de la fantasía humana, y la reina Habsburgo, María Teresa, condenó las creencias sobre vampiros como superstición y fraude.
Pese a ello, los esfuerzos anti-vampíricos continuaron. Lo más sorprendente es que el mayor pánico de vampiros ocurrió en Nueva Inglaterra, Estados Unidos, a fines del siglo XIX, dos siglos después de los juicios de brujas en Salem.
DEL VIEJO AL NUEVO MUNDO
En 1892, Mercy Brown, una joven de 19 años de Exeter, Rhode Island, murió de tuberculosis, enfermedad conocida entonces como tisis. Su madre y su hermana habían muerto de lo mismo y su hermano, Edwin, estaba enfermo. Muy preocupados, los vecinos temían que alguna de las mujeres Brown, recién fallecidas, pudiera dañar a Edwin desde la tumba.
Cuando abrieron la fosa de Mercy Brown, hallaron que tenía sangre en la boca y en el corazón, e interpretaron aquello como una señal de vampirismo (aunque no usaron ese término). De modo que los vecinos quemaron el corazón de Mercy y mezclaron las cenizas en un brebaje que hicieron beber a Edwin; una estrategia anti-vampírica muy común. Aquella pócima debía sanarlo, pero en vez de ello, el muchacho murió meses después.

Y no fue un incidente aislado. Michael Bell, folclorista y autor de Food for the Dead, calcula que hay 60 ejemplos conocidos de rituales anti-vampíricos en la Nueva Inglaterra de los siglos XVIII y XIX, y varios más en otras partes de Estados Unidos. Esos rituales eran más comunes en la región oriental de Connecticut y en el oeste de Rhode Island, agrega Brian Carroll, profesor de historia en la Central Washington University, quien está escribiendo un libro sobre el tema.
Carroll cree que los rituales anti-vampíricos fueron introducidos como procedimientos médicos durante la Revolución estadounidense por doctores alemanes que trabajaban para las fuerzas hessianas. Por ello, considera que los vampiros de Nueva Inglaterra se derivan de los Nachzehrer alemanes. Explica que, a diferencia de los vampiros chupasangre rumanos, los de Nueva Inglaterra permanecían en sus tumbas y dañaban a los vivos desde lejos, con magia simpática (o magia empática).
Por su parte, Bell cree que las prácticas anti-vampíricas de Nueva Inglaterra procedían de muchos lugares y que los vampiros de esa región eran más semejantes a los vampiros rumanos que a los Nachzehrer. Señala que, al igual que los rumanos, los habitantes de Nueva Inglaterra buscaban sangre en los órganos vitales, en vez de evidencias de mortajas roídas. Y que el remedio anti-vampírico de sacar el corazón, quemarlo y dar las cenizas a la persona o personas enfermas también se acostumbraba en Rumania.
No obstante el origen de las creencias de Nueva Inglaterra, su motivación fueron las mismas inquietudes sociales que en otros lugares: el temor de la enfermedad y el deseo de contenerla.

LA ERA POST-VAMPÍRICA
Durante el pánico de vampiros de Nueva Inglaterra, los vampiros encontraron un nuevo papel en libros europeos como El Vampiro (1819)Carmilla (1871-72) y Drácula (1897), así como en obras teatrales de temática vampírica. Aunque inspirados en leyendas folclóricas y pánicos pasados, estos vampiros aristocráticos y sexuales se parecían más a los vampiros que conocemos en la actualidad.
Los pánicos vampíricos desaparecieron en el siglo XX conforme los monstruos de ficción reemplazaron a las creencias folclóricas (y mejoró el conocimiento médico); con todo, hubo un resurgimiento muy peculiar a fines de la década de 1960, cuando Sean Manchester, presidente de la Sociedad Británica de Ocultismo, anunció que un vampiro hacía que la gente viera cosas extrañas en el Cementerio de Highgate, Londres.
Los diarios habían publicado informes de un personaje alto, de ojos fulgurantes, y otras siluetas espectrales que flotaban en el camposanto, y los reporteros de inmediato adoptaron la teoría de Manchester de que los avistamientos eran obra de un vampiro de Europa oriental. Los periódicos incluso enriquecieron un poco sus revelaciones, diciendo que el personaje era un ?rey vampiro? o afirmando que el vampiro practicó magia negra en Rumania antes de viajar a Londres en su féretro.
En 1970, Manchester declaró a un equipo noticioso de televisión que pretendía exorcizar al vampiro un viernes 13. Esa noche, cientos de jóvenes acudieron al Cementerio de Highgate para ver el exorcismo (que no llevó a cabo).
El pánico de Highgate no fue un caso en que los vampiros sirvieran como chivos expiatorios de una enfermedad, sino una sensación mediática y un ejemplo de ?legend tripping? (jóvenes que van a un lugar presuntamente hechizado para probar su valentía).
El incidente de Highgate es un fenómeno moderno en la historia de las leyendas vampíricas. Tiene menos que ver con el deseo de controlar la salud de una comunidad y más con los pánicos modernos, como los avistamientos de payasos espeluznantes que se han vuelto virales este 2016: aunque la gente no crea, se siente atraída por el alboroto.

sábado, 8 de junio de 2019

¿Qué sabemos de la Atlántida?

Cuando hablamos de paraísos o ciudades perdidas, la mitológica Atlántida se lleva el oro en fama y ubicuidad. Hay pocos mitos que hayan capturado tanto la atención del hombre y que hayan permanecido tanto tiempo en el imaginario popular. Millones de personas alrededor del mundo creen a pies juntillas que la Atlántida existió, que fue un hecho histórico, y que se encuentra sumergida en algún lugar del Océano Atlántico, lista para ser redescubierta.
Incontables son los libros, artículos, películas y documentales que intentan explicar el destino de la misteriosa isla. Incluso muchos historiadores y exploradores, que también creen en su existencia, han dedicado vidas enteras y muchos recursos en intentar encontrarla, sin éxito hasta ahora. Dudo mucho que la encuentren, pues si consideramos a la Atlántida como una ciudad mitológica, es precisamente porque lo es, un mito. La Atlántida no existió. Al menos, no existe evidencia de que haya existido, pero hasta no hace muchos años tambien lo era troya...

El origen

Existe sólo un documento antiguo que mencione a la Atlántida, y que sirve de fuente para todo lo que ha venido después. Se trata de un libro, un trabajo de ficción, escrito por el filósofo Platón alrededor del año 360 a. de  C. En Timaeus, una de las muchas parábolas de Plato escritas en forma de diálogo socrático, hay tres  hombres hablando con el sabio, Timaeus,  Critias y Hermócrates. Sócrates les describe lo que él considera el estado ideal, y quiere que el resto le cuenten historias basadas en las relaciones de Atenas con otros estados.
Platòn

Es Critias quien menciona el nombre de la Atlántida. Su abuelo, según el texto, había conocido a Solón, el gran estadista ateniense y uno de los Siete Sabios. Solón había estado en Egipto, y ahí había escuchado la leyenda de la Atlántida. Un sacerdote egipcio, le contó que 9,000 años antes, una gran civilización que venía de una isla más allá de las Columnas de Hércules (el Estrecho de Gibraltar), había conquistado buena parte de África, hasta Egipto, y de Europa, hasta Tirrenia, en el centro de la  actual Italia.
El sacerdote egipcio añadió que los atenienses presentaron batalla a esta civilización, y que lograron vencerlos. Poco después, terremotos destruyeron la Atlántida, que terminó por hundirse en las profundidades.

El texto

Fue el supuesto sacerdote Sonchis de Sais quien contó a Solón la leyenda de la Atlántida. En este fragmento de Timeus y Critias, leemos las palabras de Sonchis.
(La siguiente es una traducción de un libro en inglés del teólogo, profesor de griego y traductor Benjamin Jowett).
“Nuestras historias guardan muchas grandes y maravillosas hazañas de vuestro pueblo. Pero hay una que sobrepasa al resto en en Solóngrandeza y valor. Estas historias cuentan de una gran potencia que, sin ser provocada, organizó una expedición en contra de toda Europa y Asia, a la cual vuestra ciudad (Atenas) puso fin. Esta potencia vino del Océano Atlántico, que en aquellos días era navegable, y había una isla situada frente a los estrechos que vosotros llamáis las Columnas de Hércules.
La isla era más grande que Libia y Asia juntas, y estaba en el camino a otras islas, y desde estas podrías cruzar al resto del continente en el otro lado, el que rodeaba al verdadero océano.
Este mar que está dentro del Estrecho de Hércules (el Mediterráneo), no es más que una bahía con una angosta entrada, pero el otro es un mar verdadero, y la tierra que lo rodea puede bien denominarse un continente sin límites. Ahora bien, en esta isla de la Atlántida había un imperio grande y maravilloso que dominaba toda la isla y varias otras más, y partes del continente, y más allá; además, los hombres de la Atlántida habían conquistado la parte de Libia dentro de las Columnas de Hércules, hasta Egipto, y Europa hasta Tirrenia.
Esta gran potencia, planeaba atacar y subyugar nuestro país y el vuestro y toda la región dentro del estrecho; y entonces, Solón, tu país brilló en la excelencia y la virtud de su fuerza, entre toda la humanidad. Ella (Grecia) fue preeminente en el coraje y talento militar, y fue la líder de los helenos. Y cuando el resto la abandonó, viéndose obligada a resistir en solitario, y después de verse en peligro, venció y triunfó sobre el invasor y libró de la esclavitud a aquellos que aún no habían sido subyugados, y generosamente liberó a aquellos del resto de nosotros que viven de las Columnas hacia dentro.
Pero después ocurrieron terremotos e inundaciones violentas, y en un sólo día con su noche de mala fortuna, todos vuestros soldados se hundieron en la tierra, y la isla de la Atlántida, de la misma manera, desapareció en las profundidades del océano. Por esta razón, esa zona del mar no es navegable, `pues hay bancos de lodo en el camino, que fueron causados por el hundimiento de la isla.”

¿Qué sabemos de la Atlántida?

Básicamente, esta es la única evidencia, si se le puede llamar así, de la existencia de la misteriosa Atlántida. Un trabajo de ficción que, es verdad, entremezcla algunos hechos conocidos, como que existieron Sócrates y Solón. Pero no hay evidencia de que Sonchis de Sais fuese un personaje real, y mucho menos de la existencia de la Atlántida. Todas las referencias posteriores al mito de la Atlántida, están basadas en el libro de Platón.
Las teorías conspiratorias no tardaron en llegar. Medio siglo después de la publicación del Timeus, el filósofo Crantor supuestamente viajó a Egipto para confirmar la leyenda de la Atlántida era real, como él creía. Supuestamente también, escribió un trabajo en el que dice que habló con sacerdotes egipcios y que vio jeroglíficos contando la historia de la Atlántida. El problema es que no existe ninguna copia de ese libro, y sólo se conocen menciones a dicho documento, hechas ocho siglos después.
Varias historias similares aparecen en otras culturas de la antigüedad, sí. No obstante, estas no concuerdan ni en el tiempo ni en el espacio con la leyenda de la Atlántida. Platón sitúa a la mitológica isla cercana al Estrecho de Gibraltar, lo que no ha impedido que sus defensores la sitúen en diversos puntos del Mediterráneo, el Atlántico y hasta el Pacífico.

El auge del mito de la Atlántida

Durante el Renacimiento, investigadores europeos retomaron el estudio de los clásicos. Por supuesto, la leyenda de la Atlántida entró en el paquete. A partir de ahí, diversos autores retomaron la idea de un paraíso perdido, que fue impulsada por las corrientes visiones utópicas de la modernidad.
El mismo origen de Utopía, de Thomas More, bebe de la idea de una isla en el Atlántico, habitada por una civilización ordenada, igualitaria y liberal. Pero Utopía es un lugar imaginario, no real. Lo mismo sucede con La Nueva Atlántida, de Sir Francis Bacon, que describe la tierra mítica de Bensalem, en algún lugar del Pacífico Sur cercano a Sudamérica.
Estos y otros trabajos posteriores, han mantenido vivo el mito de la isla perdida. El problema es que muchos creen que se refieren a hechos reales, cuando no son más que relatos de ficción. El mismo trabajo de Platón no es más que una parábola en la que incluye la leyenda de la Atlántida sólo para incidir en un punto. De hecho, la Atlántida apenas y es mencionada en el párrafo traducido arriba.
Recreación moderna de la Atlántida.
El auge de las teorías de la conspiración en el siglo XX, bien aliñado de platos voladores,  los Illuminati y el Triángulo de las Bermudas, hizo resurgir el mito de la Atlántida. Mezclando bien todos estos ingredientes, la Atlántida es para muchos un lugar secreto en el que los promotores del Nuevo Orden Mundial esconden armas alienígenas con las que piensan destruir el mundo.

¿Puede estar basada en la realidad?

Puede, sí, por supuesto. Hay muchos ejemplos de islas que han desaparecido súbitamente. Un buen ejemplo, el de Thera, pudo haber servido de inspiración a Platón.
Thera es un volcán situado en medio de las Islas griegas. Hace aproximadamente 3,500 años, Thera formaba una isla volcánica. Una violenta erupción destruyó la isla, y muchas de las poblaciones minoicas en regiones cercanas. Fue tan poderosa, que hasta Egipto llegaron sus consecuencias. Los restos de Thera son ahora la isla de Santorini. Y seguro hay muchos ejemplos más.
El cráter de Thera desde Santorini.
Ahora bien, Platón bien pudo haberse basado en esta y otras historias de islas que desaparecieron.  Ejemplos, como digo, le sobraban, pero eso no quiere decir que la leyenda de la Atlántida fuese un hecho real. Es como si yo escribo una historia sobre una erupción volcánica en Madrid hace 10,000 años que destruyó una antigua civilización, usando como modelo a Pompeya, y algunos se creen que mi historia es realidad porque Pompeya fue realidad. No cuela.

Algunos apuntes

Platón, en la voz de Sonchis de Sais, sitúa los eventos de la Atlántida hace más de 12,000 años. Complicado, pues en aquel entonces no existían ni Atenas, ni los griegos, y ni siquiera Egipto. Por haber no había ni civilización. Difícilmente los atenienses podían haber luchado contra los ejércitos de la Atlántida. Aún faltaban 8,500 años para la fundación de Atenas.
Pero dijéramos que Sonchis se equivocó en el tiempo y todo sucedió en una época más cercana. Si los griegos participaron en esa guerra, ¿por qué no hay una sola mención de ella? (excepto en la novela de Platón, claro está). Ningún otro pueblo de la antigüedad hace referencia a esa misma leyenda. Algo extraño  cuando se supone que la Atlántida invadió medio África y media Europa.
Más extraño aún es que no se ha encontrado ninguna evidencia de que tal lugar existiese. Puede ser comprensible que hasta hace un siglo la gente creyera en una isla desaparecida en medio del Atlántico. En la actualidad, sin embargo, con la tecnología a nuestra disposición, ya deberíamos haberla encontrado.

Conclusión

Muchos alegan que el hecho de que no se haya encontrado evidencia de la Atlántida no es prueba de que no haya existido. Ya, es verdad, pero con menor razón pueden ellos asegurar que sí existió. No hay evidencia, y el único origen de la leyenda es un trabajo de ficción.
Si a esas nos vamos, no me extrañaría, que los adeptos a las conspiraciones del futuro, insistan en que hace muchos años, en una galaxia muy, muy lejana, existió un malvado imperio comandado por un hombre vestido de negro. ¡Ah! Y seguro dirán que era una civilización alienígena.

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