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jueves, 10 de septiembre de 2020

Día X: la teoría de la conspiración que asegura que los nazis volverán al poder

 


La sociedad alemana es frágil, y a medida que pasan los días y aumentan las tensiones políticosociales, el fin del orden que existe hasta ahora se aproxima más a su fin. Ese día será el Día X, el día en que el orden y el gobierno alemán caerán en el descontrol y el desorden y empezará una guerra por hacerse con las estructuras de poder, débiles e inútiles, e instalar un nuevo orden para “salvar el desastre”. Esta es la teoría conspiparanoica del Día X, la teoría con la que los neonazis y la extrema derecha vaticinan que volverán al poder de Alemania.

Como explica la BBC, diversos grupos que se organizan por Telegram y foros de todo internet están preparándose para la llegada de ese momento. Actúan como preppers (gente que almacena productos por si llega el apocalipsis), almacenando alimentos, bebidas alcohólicas, medicinas, armas y muchísima munición. Creen que el Día X llegará por culpa de “la sustitución poblacional”, es decir, la teoría de la ultraderecha que los ciudadanos legítimos de los países europeos (los blancos) están sustituidos por inmigrantes y musulmanes con la que legitiman su odio, violencia y xenofobia.

Estos nazis pronostican que, ante la imposibilidad de gestionar las “tensiones raciales” (que ellos mismos provocan) y las crisis económicas, el Gobierno caerá y empezará una guerra entre los bandos de ciudadanos blancos y “los otros” (inmigrantes apoyados por la izquierda). Y por eso tienen que prepararse: porque pronto llegará ese día y si no son capaces de salir vencedores, los nazis no volverán al poder.

Sin embargo, como alerta el artículo, esta teoría no es solo una conspiparanoia absurda sin más: “esos grupos atraen no solamente a civiles, sino también a policías y miembros de las Bundeswehr, las fuerzas armadas alemanas. Una de las principales redes de preppers es Nordkreuz (Cruz del Norte, en alemán), con más de 30 integrantes. Algunos de esos individuos eran miembros de la Spezialeinsatzkommandos (SEK), unidad de operaciones especiales de la policía del estado de Mecklemburgo-Pomerania Occidental”.

Esta red fue desmantelada por la policía y lo que encontraron fue preocupante. “Una lista con 25.000 nombres de opositores como posible blanco de ataques. Entre los nombres destacaban los de políticos locales prorrefugiados, el ministro de Relaciones Exteriores Heiko Maas y el expresidente alemán Joachim Gauck. Y los preparativos incluían el encargo de 200 bolsas para cadáveres humanos”, relata. En casa de Marko Groß, detenido y juzgado por pertenecer a la red, encontraron 50.000 cartuchos de municiones, diversas armas y al menos 18 municiones clasificadas como de armas de guerra.

Aunque fue condenado a 23 meses de cárcel, para Friedrich Burschel, consejero sobre neonazismo y estructuras e ideologías de discriminación de la Fundación Rosa-Luxemburgo, no fue una victoria: “seguí el juicio y quedé consternado ante la facilidad con la que el juez principal y sus colegas restaron importancia a una conspiración”. Según la justicia alemana, como todavía no han cometido ningún crimen ni acto terrorista, no pueden juzgarlos por creer en una teoría conspiparanóica (de hecho, de lo único que pudieron acusar a Groß fue de tener armas ilegales). Pero para Burschel, las autoridades no se están tomando en serio que estas redes estén armadas. Lo tachan de “conspiparanoia”, lo ningunean porque este Día X no llegará e ignoran que están “demasiado” preparados para empezar una guerra.

martes, 1 de octubre de 2019

La odisea de Himmler en España: en busca del Santo Grial por Toledo y Barcelona

Himmler en San Sebastián, junto a José Finat y Gerardo Caballero.
En 1940 la Alemania nazi todavía mantenía con relativa tranquilidad la hegemonía sobre el continente europeo. En junio había caído París y el frente oriental que tantos problemas acarreó a Hitler no se había abierto. En esta tensa pero cómoda atmósfera, los experimentos nacionalsocialistas seguían llevándose a cabo por todo el globo. Un año antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial un grupo reducido de alemanes viajaron hasta Tíbet para buscar el origen de la raza aria

Otra de las mayores obsesiones de la cúpula del Reich, encabezadas principalmente por Heinrich Himmler, fue la búsqueda del tan mitificado Santo Grial, el recipiente usado por Jesucristo en la Última Cena. Todos los rincones germánicos habían sido explorados; todos excepto España. Y es que los visigodos llegaron a la Península Ibérica en el siglo V y no serían expulsados hasta la conquista musulmana en el 711. 
En esta coyuntura, Himmler viajó a España en octubre de 1940 —apenas una semana antes de la reunión entre Hitler y Franco en Hendaya—. Realmente la visita del oficial nazi fue principalmente turística aunque se interesó en conocer ciertos monumentos que podían estar relacionados con el Santo Grial y estar al tanto de los dispositivos de seguridad españoles. Por parte del régimen franquista se ejecutó todo un despliegue propagandístico.
Cruzó la frontera desde Irún y llegó a San Sebastián, ciudad en la que fue recibido por autoridades locales hasta llegar al museo San Telmo. Pasando por Burgos, donde hizo una parada estratégica en la catedral, el embajador alemán en Madrid y Serrano Suñer le dieron la bienvenida en la Estación del Norte, esta vez sí, en la capital de España. La larga y ancha Gran Vía se llenó de esvásticas y saludos fascistas para honrar a uno de los líderes más importantes del Tercer Reich.
Himmler, recibido con honores en la Estación del Norte de Madrid.
Franco lo tenía todo preparado para ofrecerle a Himmler una de sus estancias más placenteras. Lo primero fue acudir a una corrida de toros en Las Ventas. Sin embargo, tal y como relata Fernando González-Doria en Memorias de un fascista español, el alemán terminó horrorizado de aquel "espectáculo cruel". Tras este fallido intento por complacer al oficial nazi, se trasladó a El Escorial para ver con sus propios ojos la tumba de José Antonio Primo de Rivera. Después pasarían por Toledo, donde se especula que su interés por la ciudad toledana residía en su origen templario, alquimista y nigromante.

El Santo Grial catalán

La obsesión de Himmler por el Santo Grial era una realidad. Abandonó Madrid y puso rumbo a Barcelona. Aterrizó en el aeródromo del Prat la mañana del 23 de octubre y se reunió con el monje Andreu Ripol en Montserrat, con el cual entabló una conversación tensa —el nazi era un anticlerical declarado y Ripol no sentía simpatía por el nazismo—. La fijación de Himmler por la joya cristiana era incomprensible para los monjes del monasterio, quienes insistieron en que los archivos relacionados con la ubicación del Santo Grial no se encontraban allí.
Himmler junto a Franco y Serrano Suñer, en la recepción del Palacio de El Pardo.
El fracaso estrepitoso en su campaña por la búsqueda del recipiente se volvía a repetir. Finalmente, Himmler volvería a Alemania el 24 de octubre de 1940, un día después de la entrevista entre el führer y Franco en Hendaya. Aquel día, a 500 kilómetros de diferencia, en Hendaya y en Barcelona, los nazis se decepcionaban con su visita a la dictadura de Franco.

domingo, 24 de marzo de 2019

La guerra secreta entre Hitler y los EEUU para hallar la lanza con la que apuñalaron a Jesucristo

Al final, los Estados Unidos arrebataron la lanza a los nazis al terminar la IIGM
Nadie desconoce que el inconmensurable poder del que dispuso Hitler no tuvo parangón durante varios años. Al mando de sus soldados, sembró el terror en todos aquellos que se atrevían a desafiarle. Sin embargo, lo que es menos recordado es que el mandatario nazi sentía una obsesión enfermiza por las reliquiasdebido a que, según pensaba, su poder le ayudaba a mantener en alza su imperio. Entre otros, uno de los objetos que deseaba tener entre sus manos era la Lanza de Longinos, el arma que un soldado romano clavó a Jesucristo en la cruz y cuya leyenda afirmaba que su poseedor no perdería jamás una batalla
Este artefacto, también conocido como «La Lanza del Destino», no fue el único objeto que Adolf Hitler trató desesperadamente de encontrar, sino que en su lista también se encontraban reliquias de tal calibre como el Arca de la Alianza o el Santo Grial. Sin duda, las obsesiones del líder alemán parecen más bien propias de un guión de las populares películas de «Indiana Jones».

¿Qué se sabe de la lanza?

Lo que se sabe de la lanza viene otorgado por los evangelios, como bien explica el periodista e historiador Jesús Hernández en su libro«Enigmas y misterios de la Segunda Guerra Mundial» (el cual presenta en su blog, «¡Es la guerra!»). «La primera referencia es, lógicamente, la que aparece en la Biblia. Según el Evangelio de San Juan -el único escrito por un coetáneo de Jesús-, un soldado romano atravesó su cuerpo con unalanza para certificar su muerte».
Y es que, al ser viernes, era necesario que los presos murieran rápidamente en la cruz para así evitar que agonizaran durante el sábado (día sagrado para los judíos). Por ello, los romanos quebraron las piernas de los dos crucificados junto a Jesúspara asegurarse de que morían en un corto período de tiempo. Sin embargo, al llegar a Cristo, y como le vieron aparentemente muerto, le clavaron una lanza para certificar su fallecimiento.

Así lo explica San Juan en el mencionado texto: «Fueron pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre agua», (Capítulo 19, versículos 32-34).
Según varios evangelios, este soldado era un Centurión romano. «Se especifica que su nombre era Cayo Casio Longinos y que sufría una ceguera parcial que casi no le permitía ver. Pero la sangre de Jesús que le salpicó a los ojos cuando le clavó la Lanza obró un milagro, recuperando la vista en ese justo momento. El agradecido Longinos decidió convertirse al cristianismo», sentencia el historiador. A partir de este episodio, el paradero de la lanza se perdió de forma oficial.

En manos nazis

Sin embargo, lo que realmente atrajo a Adolf Hitler de este objeto fue su historia más desconocida y su leyenda. Estas afirmaban que «quien la sostenga en sus manos, sostendrá, para bien o para mal, el destino del mundo». Sin duda, la posibilidad de poder tener a sus pies a toda la humanidad gracias a «La Lanza del destino» no pasó desapercibida para el líder nazi, para el que todas las ayudas militares eran pocas.
Hitler había leído de hecho todas las leyendas conocidas sobre la lanza, la mayoría de las cuales atribuían un inconmensurable poder a su poseedor. Sin embargo, y según cuentan otras versiones, el artefacto tenía también una terrible maldición, pues el que se separaba de ella solía sufrir la más amarga de las derrotas en combate o incluso la muerte.
Carlos Martel, en la batalla de Poitiers

«La tradición afirma que en el año 732 el general Carlos Martel la sostuvo cuando derrotó a los árabes en la batalla de Poitiers. El propio Carlomagno, nieto de Carlos Martel, combatiría en un total de 47 batallas sin conocer nunca la derrota, pero murió poco después de que la reliquia se le cayese accidentalmente», explica en su libro Hernández.
Martel no fue el único. «Lo mismo le sucedería a Federico I Barbarroja al partir hacia Jerusalén durante la Tercera Cruzada; cuando se disponía a vadear un río en la actual Turquía cometió el error de dejar caer la Lanza. Poco después cayó al río y se ahogó» sentencia el experto. A pesar de todo, los nazis no dejarían escapar el poder que les podría otorgar esta reliquia que, gracias al destino, acabó presuntamente en Viena.

Obsesión

Según narra Hernández en su libro, Hitler dio con la lanza por casualidad en 1912, cuando no era más que un pintor fracasado que intentaba malvender sus acuarelas por los cafés de Viena. «Su futuro artístico se le mostraba incierto, al haber suspendido el examen de ingreso para la escuela de Bellas Artes. Su futuro personal tampoco era demasiado halagüeño; malvivía en pensiones y residencias, y sólo con suerte conseguía comer una vez al día», determina el historiador.
Un día, el joven Adolf (de tan sólo 23 años) no tuvo más remedio que entrar en el conocido museo del Palacio Hofburg para refugiarse de una fuerte tormenta, y allí hallaría su destino. «Deambulando por las salas, centró su atención en un objeto singular; sobre un manto de terciopelo rojo se le ofrecía la visión de una reliquia cristiana de gran poder místico perteneciente al tesoro imperial de los Habsburgo: la Lanza de Longinos».
«Se trataba de una punta de hierro de poco más de cincuenta centímetros de largo. La hoja estaba partida y presentaba una reparación con un alambre de plata. En el centro podía apreciarse la cabeza de un clavo y una banda de oro con la inscripción Lancea et Clavus Dominus (la lanza y el clavo del Señor). En su base se observaban unas pequeñas cruces de bronce», explica el periodista.
Hitler quedó fascinado por el objeto y se obsesionó con su historia, la cual investigó junto a su entonces gran amigo Walter Johannes Stein. «Ambos se enfrascarían en el estudio de los poderes mágicos que aquel objeto atesoraba», determina el autor.
Según destacaría Stein posteriormente, Hitler le explicó sus obsesiones y él no pudo más que quedarse asombrado con la enorme ambición del joven Adolf. «Hitler estaba convencido de que tenía un alto designio que cumplir. La posesión de la Lanza sagrada podía ser el instrumento necesario para hacerlo realidad. El experto en ocultismo no tomó demasiado en serio a aquel artista fracasado, pero años más tarde aquellos delirios de grandeza se harían tristemente realidad», expresa el experto.

El robo de la lanza

Veintiséis años después, en 1938, Hitler ya se había convertido en el líder del nazismo y de toda Alemania tras subir al poder democráticamente. Sin embargo, y a medida que su poder iba aumentando, sentía una necesidad cada vez mayor de poseer la «Lanza del Destino». «Ahora entraba triunfante en Viena, la ciudad en la que había vivido como un vagabundo, una vez que el Tercer Reich se había anexionado Austria», destaca Hernández en su libro.
«En la tarde del 14 de marzo de 1938, Hitler entraba acompañado del jefe de las SS, Heinrich Himmler, con quien compartía aunque en menor medida el interés por el ocultismo, en el Palacio Hofburg», destaca Hernández. El deseo del líder nazi estaba a punto de hacerse realidad.
«El Führer se dirigió directamente a la sala en donde se custodiaba la deseada Lanza. Himmler salió de la sala, dejando a solas a Hitler con la mítica reliquia. Allí permaneció más de una hora, ensimismado en sus pensamientos delirantes, alimentados por la visión de la Lanza que ya estaba en su poder. Su sueño megalomaníaco se había cumplido», apunta Hernández en su libro.
Heinrich Himmler, líder de las SS
En cambio, Hitler todavía necesitaba llevarse la lanza del museo sin que pareciera un robo a Viena. Para ello tuvo una curiosa idea: «Para darle una apariencia legal, la confiscación se ejecutaría en respuesta a la petición oficial realizada en Berlín por el burgomaestre de Nuremberg, Willy Liebel, para que el tesoro regresase a la ciudad que lo acogió antes de ser enviado a Viena», determina el historiador.
Tras conseguir su objetivo, ahora los nazis debían proteger la lanza hasta que llegara a Alemania junto a las 31 piezas del tesoro austríaco que habían robado. Tardaron nada menos que cinco meses en preparar el viaje. «Se requirió el empleo de un tren blindado, especialmente preparado para el traslado del valioso tesoro y que contaba incluso con aire acondicionado. El 29 de agosto el producto del saqueo nazi salió de la estación Oeste de Viena en el más absoluto secreto. Fue transportado hasta Nuremberg en el tren especial, siendo escoltado en todo momento por tropas de las SS», señala Hernández.
El gran número de molestias que se tomó Hitler deja claro el aprecio que le tenía a esta reliquia y el temor que le suscitaba que pudiera ser robada. «Al día siguiente las joyas quedarían depositadas en la iglesia de Santa Catalina. Allí las recibió con todos los honores el burgomaestre. Más tarde se construirían diez vitrinas especiales para exponer al público las joyas, incluyendo la Lanza.», destaca el periodista.

La locura de Hitler

Con su preciado tesoro ya en Alemania, el líder nazi se sentía más que satisfecho. Sin embargo, no veía la lanza como una mera reliquia, sino que sentía una atracción especial hacia ella que sobrepasaba los límites de la razón. «El Führer estaba convencido de que le había pertenecido en una vida anterior. Según confesó a Stein, 'la Lanza contenía algún tipo de revelación mística, como si en algún siglo anterior ya la hubiera sostenido en mis manos'», sentencia el experto.
Pero no sólo eso, Hitler también tenía ensoñaciones en las que creía ser la reencarnación de un señor feudal del siglo IX. «Se refería a un personaje llamado Landulfo II de Capua, que fue excomulgado por el papa por sus conocimientos sobre magia, y que se mostró también fascinado por el poder que emanaba de la Lanza», destaca Hernández.
Sin duda, su obsesión por el artefacto no era ni mucho menos normal. En cambio, Jesús Hernández tiene su propia teoría sobre este hecho: «Lo más probable es que su obsesión por el arma naciese, no tanto por un recuerdo de su vida anterior, sino por su desmedida pasión por las óperas wagnerianas. Su favorita era Parsifal, en donde la leyenda de la Lanza sagrada -o la Heilige Lance en alemán- tenía un papel central, junto al Santo Grial»
Nunca sabremos si el poder que Hitler le atribuía al artefacto era real, pero lo que sí es cierto es que durante muchos años sus tropas fueron prácticamente invencibles. Allí donde combatieran, sus tanques (Panzers) no tenían rival y sus soldados arrasaban la tierra por la que pasaban. ¿Sería cosa de la lanza?.

Los americanos y la lanza

Sin embargo, y como bien apunta el historiador, su poder debió remitir a partir de 1942, pues las tropas alemanas tuvieron que retirarse en la mayoría de los frentes. «Por esa época la Lanza ya había dejado de estar expuesta al público y permanecía empaquetada en un refugio antiaéreo excavado en la roca y situado bajo el castillo de Kaiserburg, en Nuremberg», señala Hernández.
Su estancia en el refugio sería breve. «El 31 de marzo de 1945, ante el avance de las tropas aliadas por territorio germano, Liebel creyó que el refugio no ofrecía suficiente protección y decidió guardar las piezas más valiosas –entre las que figuraba la Lanza- en cajas de cobre soldadas, que fueron depositadas en una recámara del búnker de la Panier Platz, procediendo luego a tapiar la entrada», sentencia el experto.
Pero por mucho que hicieran los alemanes, el destino de la lanza estaba más que sellado, ya que, por estas fechas, Nuremberg se encontraba sitiada por los aliados, entre los que se encontraba la veterana división Thunderbird, que durante cuatro días combatió contra 22.000 miembros de las SS dispuestos a morir por defender la ciudad
Una vez que se tomó Nuremberg, le tocaba a los americanos descubrir donde se encontraban las piezas más valiosas de la colección nazi, y ningún superviviente estaba dispuesto a dar información. De hecho, la fuente más fidedigna, Liebel, había fallecido.
Los aliados encargaron la búsqueda a uno de sus hombres más valiosos. «El teniente Walter H. Horn fue el encargado de averiguar el paradero de la parte más importante del tesoro de los Habsburgo. Horn no lo tuvo nada fácil; las versiones de lo ocurrido arrojadas por los interrogatorios eran en su mayoría contradictorias», señala el experto.
Pero, tras muchos interrogatorios, el oficial descubrió donde se encontraba las joyas de manos del doctor Fries, un funcionario nazi. «El 7 de agosto de 1945, los norteamericanos se introdujeron en el interior del refugio antiaéreo de Paniers Platz. Una vez allí, Fries indicó el punto en el que debía derribarse la pared de ladrillo». Lo habían conseguido, habían arrebatado el tesoro a Hitler, y lo habían hecho tres meses después de que el líder nazi se suicidara.

Mito destruído

La versión de Hernández contradice radicalmente la expuesta por algunos historiadores, que afirman que fue justo en el momento en que la lanza fue robada cuando Hitler se disparó en la boca. Este hecho, añadiría más misterio aún a la supuesta maldición que perseguía a esta reliquia, pero el periodista lo considera inverosímil.
«No hay duda de que este espectacular desenlace de la Segunda Guerra Mundial merecería ser cierto, pero hay que ceñirse a la realidad histórica y dejar constancia, para decepción de los aficionados al ocultismo, que ese hecho no se produjo hasta mucho después de la muerte del Führer» destaca el historiador.
Pero la historia del artefacto aún no se había acabado, pues, a pesar de que los norteamericanos se comprometieron a enviar la lanza a sus legítimos dueños en Austria, apareció en Los Ángeles un año después. Además, el misterio aumentaba, pues el museo de Viena tenía también una similar.
Lanza de Longinos
«Las fuerzas de ocupación norteamericanas en Austria quedaron en una situación muy incómoda, a la espera de una investigación para saber si el tesoro hallado en Los Angeles era auténtico y, por lo tanto, las joyas que habían guardado eran una falsificación», afirma el historiador.
«Sorprendentemente, la comprobación no llegaría hasta casi un año después; en 1946 se abrieron por fin las cajas que contenían las piezas del tesoro en Austria y se compararon con las fotografías que se habían enviado desde Estados Unidos. Como no podía ser de otro modo, los funcionarios encargados del estudio llegaron a la conclusión de que las piezas verdaderas eran las que se encontraban en Viena», determina Hernández. A pesar de todo, nunca sabremos donde se encuentra realmente la lanza o si este arma de Viena es la que fue usada para atravesar a Cristo pues existen tres artefactos más que podrían tener el honor de ser el auténtico. Sin duda, es imposible quedarse sin dudas.

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