El misterio se respira ya desde la entrada, donde la gente aprovecha para cuchichear, con más o menos delicadeza, la leyenda del Palacio de Linares.
Pero quién fue el Marqués de Linares?
Pues el dichoso se llamaba José de Murga, y, a principios del siglo XIX, tuvo la mala suerte de enamorarse de una mujer cigarrera de Lavapiés con el nombre de Raimunda.
Éste se lo dice a su padre, y él, que se huele algo raro con la chiquilla, decide mandar a su hijo a estudiar a Londres para que se le pase «la tontería».
Pero no se le llegó a pasar, de hecho, su amor hacia Raimunda crecía cada vez más pese a la distancia.
Entonces volvió, y se casó con ella pese a que su padre se opuso todo lo que pudo. Algo le olía mal.
José de Murga y su esposa tienen una niña, la pequeña Raimunda y poco después fallece el padre de él.
Pasaron los meses, y de repente un día, dentro de un cajón, José se encuentra una carta dirigida a él en donde su padre le contaba sus aventuras amorosas en el barrio de Lavapiés, precisamente con una cigarrera.
Eso significaba que José y Raimunda eran hermanos. La pequeña niña nació fruto del incesto.
Enamorados, cuando se enteraron de la locura cometida no quisieron dar vuelta atrás, y acudieron al Papa León XXIII para encontrar una solución para el problema.
La Iglesia siempre tiene una solución a todo, siempre que estés dispuesto a pagarla. En este caso, otorgó una bula papal que les permitió vivir juntos de manera pura y casta.
José de Murga Marqués de Linares |
Sin embargo, ya no había marcha atrás. Tenían una hija en común.
Sin saber qué hacer, empezaron a pensar que la opinión pública sería demasiado dolorosa, y que nunca llegarían a comprender la situación. No encontraron otro remedio. Sólo podían hacer una cosa:
Asesinar a su propia hija.
Decidieron ahogarla en un pozo cercano y emparedarla.
No tardaron mucho en morir los padres, dicen que ella de pena. Él se quitó la vida.
Hoy en día, se sigue escuchando la voz de la pequeña llamando a sus padres por la noche, y triste se asoma por la ventana que da a la calle Alcalá agitando las cortinas, y tarareando canciones infantiles de la época.
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